Ni Caín se llama Caín, ni Abel se llama Abel, pero no iba a contar sus nombres de verdad. Cuando se los puse solo pensé en dos nombres de hombre que me gustaran, que no fuera David, que es el nombre que más me gusta. Ni siquiera recordé que Caín y Abel eran nombres de una historia biblica, mucho menos iba a acordarme que, en esa historia, Caín mata a Abel.
Caín y yo nos reunimos en uno de esos lugares que el frecuenta. La casa de amigos suyos, donde generalmente se realizan fiestas con mucho alcohol y drogas, y también venta de drogas.
Terminamos en un cuarto de atrás, con los cuerpos enredados sin ropa, sudando. Y acordando que Abel jamás se enteraría.
Y ahora otra vez no hablamos.
Y yo sé que es porque te da pavor encariñarte conmigo, más de lo que deberías.
Agarrarnos de las manos, vernos a los ojos, darnos y darnos besos. Caín, por favor. Hacerlo, quedarnos platicando, abrazados, acariciandonos, volverlo a hacer. Hablar de mil cosas.
Daría lo que fuera por repetir ese Lunes.
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