12.27.2012

De los malos escritores.

(No es una novela, es una mierda de escrito que a nadie le agradará pero espero y alguién lea. Un pequeño cuento)


Vivir con Alexander era como sus cuentos: desesperados, tristes y sin finales felices. La realidad. Ni siquiera podía imaginarse que llegara a esforzarse para que fuera de diferente manera. Alguna vez me hice a la idea de que tal vez él terminaría asesinándome, entregándome para obtener algún beneficio o uir de su muerte, o simplemente echándome a la calle por alguna razón. Ambos creíamos (y hasta el momento creo) que la frase "Si algo termina mal es porque no ha terminado", era una completa estupidez que, al igual que la religión, horóscopos y algunas otras creencias como las de los antiguos astronautas, el alma, y la numerolgía, no servía más que para darle ánimo a la gente que en realidad siempre vivía en escoria que ellos mismos se destinaban. Nunca nos atrevimos a decir que nosotros mismos no formabamos parte de la escoria; es más, para la mayor parte de la sociedad lo eramos. Un par de fracasados en la vida, que caminaban apenas agarrados de la mano haciendo casi cualquier trabajo para conseguir pedazos de pan para la cena. Alexander, por otro lado, creía que, aunque yo le acompañaba y le hacía segunda en todo, él "era el único hombre de valor en todo este maldito universo". Yo era una niña tonta, su acompañante, ayudante voluntaria; como aquellas que ayudan a los magos, preciosas, vestidas de colores brillantes, pero jamás serán realmente importantes, pues mujeres lindas hay para aventar hacia arriba.


De todo lo existente, que nos parecía vacío, Alexander tenía sólo un delirio: ser escritor. Era algo de esperarse. El tugurio en el que vivíamos podría ser un horrendo lugar para vivir, pero los libros podían encontrarse en cada rincón. Alex leía a una velocidad increíble, se antojaba imparable, poseído. Luego empezó a escribir, en todas partes. Pese a su inteligencia, habilidad y enorme cantidad de historias en su mente, anecdóticas o imaginadas, no escribía exactamente excelente. 
Un día se encerró en nuestra habitación y no salió en dos días, o no me dí cuenta; dormí ambos días en el sofá. Nunca le interrumpí, detestaba que lo hiciera tanto como que lo ignorara, hasta un punto que podía montar en cólera y desaparecer todo el día aguantándose las ganas de romperme el cuello.
Después de de esos dos días salió con un pequeño montón de unas treinta hojas escritas con tinta azul.
—Primer y segundo capítulo —tomó mis manos y me entregó sus hojas—. Leélo, por favor.
Me senté en una vieja silla, en un rincón y comencé a leer.
Un lugar extraño, otro mundo podría decirse; muchos personajes sentenciados a muerte y a cambiar en cuanto la tinta azul de Alex siguiera gastándose. Dos llevaban nuestros nombres. Un chico que por decisión propia había decidido vivir aislado de todos, y una chica sencilla y bonita que vivía relativamente cerca de su viejo y solitario departamento. Alex y Paula, respectivamente.

El texto, por otro lado, era excelente, lo mejor que había logrado hacer hasta ese momento. Estaba bien estructurado, sin ninguna falta de ortografía o redacción; una historia que tenía mucho de qué hablar; mucha tensión, intriga; era totalmente impredecible.

En los días siguientes Alexander siguió encerrándose, pero dejé de contar el tiempo. Me acostumbré a dormir en el sofá y a estar un tanto más solitaria. De vez en cuando, cuando la puerta no estaba atrancada, le llevaba café o leche. 

De esos días, lo único que recuerdo en su lugar con claridad es la manera en que se desenvolvían los hechos de su historia. Los lugares, dirección, y descripciones.
Ahí fue cuando me dí cuenta que, después de que todo apuntaba que no era más que otro objeto en su extraña vida, Alexander sí estaba enamorado de mí.
Su personaje se mantenía en un margen alejado de la mayoría de los problemas de los otros personajes en los que "Paula" sí estaba incluida. Las descripciones que hacía de Paula, o incluso que su mismo personaje llegaba a pensar acerca de ella, hablaban de una inmensa hermosura, una preciosa personalidad a ojos de alguien como él, acciones que podían volverle loco.
Empecé a enamorarme de Alex también. Nunca había sentido tanta lujuria, desesperación por él y un pedazo de texto. Fue la época en dónde hubo más sexo en ese asqueroso lugar.
Llegué a vivir en un sopor monótono en dónde lo único que quería eran sus textos y que me empezará a toquetear todos los días o incluso más de una vez al día.
Guardaba sus hojas con un folder de cartón, cuidando que nada fuera a pasarles. No recuerdo  si acostumbrábamos hablar o nos limitábamos a que yo le alimentara y tuviéramos sexo; pero jamás me contestaba cuando le preguntaba si pensaba publicar la historia.
Por esos tiempos perdimos contacto con el mundo, nos cortaron la luz; dejamos de ver a la demás, e innecesaria gente que nos rodeaba. Ya no sentía necesidad de salir huyendo  a ningún lado de ese lugar de mala muerte, apenas salía a comprar lo necesario y a conseguir dinero.

Todavía no sabría describir si fue falso o fueron los días más felicez de mi vida, pues, por fin, algo tan vacío me hacía sentir llena. Probablemente era uno de esos efectos secundarios del enamoramiento, aunque eso significara que, para no variar, Alex estuviera más enamorado de su texto que de mí, pero jamás me detenía a pensar esos detalles.

La historia se fue desarrollando en torno a tres personajes: Abel, César y Paula. Muchos habían desaparecido durante la trama de diferentes maneras. Existían otros importantes personajes secundarios. Alexander seguía mirando a todos desde un cristal, desde un lugar separado sin perder el hilo de lo que sucedía, teniendo mayor conocimiento que los mismos que jugaban la trama principal.

Una mañana de Agosto Alex salió de la habitación, me entregó las hojas como de costumbre y decidió darse una ducha. Me entragaba, por fin, uno de los últimos capítulos de la historia. El título: 23C. Y comencé a leer.
Paula y Alexander por fin se topaban,  y, aunque no era desconocidos, las palabras que habían llegado a dirigirse eran pocas. Alexander decidía, aunque con dificultad, salir un rato con Paula esa noche a caminar por la ciudad. El capítulo era largo pues Alexander empezaba a contarle que sabía mucho de lo que había sucedido en su vida, y a reflexionar con ella de todo lo que había estado mal y las acciones en las que ella se había equivocado.  Para ser un desconocido sabía demasiado y sus sentencias eran muy directas. Terminaban la caminata al final de una larga calle que alguna vez, cerca de los años ochenta, había sido una de las principales de la ciudad, llena de tiendas de todo tipo. Ahora abandonada. Terminaban besándose en medio de la densa noche.
Por un minuto suspiré pensando que podría parecer una historia de amor, hasta que con palabras bastante detalladas empezó a describir como era que Alexander le derribaba, le sarandeaba y terminaba por romperle el cuello.

Me horrorizé. No pude evitar dejar salir un grito de terror, miedo, asco, dolor. 
—¿Te gustó, Paula? —oí esa tierna voz a mis espaldas, la de el verdadero Alex.
Fijé mi mirada en él. Estaba congelada y no tenía fuerza ni palabras. Soltó una risita.

—Será diferente, linda... —sacó algo brillante su bolsillo— ¿Recuerdas cuando te dije que me gustaban las armas?



No hables con extraños
Menudo gran error.