Debí suponer que iba a terminar así.
O más bien, sí lo supuse, pero quizá esperaba otra cosa.
Igual es el mejor camino.
Te escribo porque diario me acuerdo de ti (aunque sea un solo segundo, bueno, quizá un par de días o tres me he olvidado de ti), tengo ese origami tuyo pegado en mi pared, pero casi no siento nada al verlo. Ni siquiera nostalgia.
No entiendo cómo funciona: cuando nos alejamos empiezo por sufrir, siempre, y luego ya no siento nada.
Mi vida sin ti es de cierta manera una maravilla.
Pero te recuerdo.
Incluso recuerdo momentos y no siento mucho, casi nada o nada.
Tiene ya meses que no te veo.
Un par de semanas que no hablamos ni el comentario más tonto.
Ya no tenemos nada en común.
"Nada en común".
Solo una universidad que ya ambos abandonamos y tomamos caminos distintos.
O no tan distintos.
Somos tan diferentes.
Somos tan iguales.
[Poesía de a peso tercera parte]
¿Te puedo decir algo?
Que en realidad escribirlo en este triste blog, vacío, que nadie ve, quizá algún bot, no es decirtelo.
Pero sí, aunque no siento ansiedad, sí tengo ganas endemoniadas de verte.
Quiero hablarte, contarte, escucharte. Tú entiendes todo tan diferente.
Quiero contarte mis proyectos, todas las cosas nuevas que estoy haciendo y aprendiendo. Tú siempre tienes comentarios, opiniones, siempre sabes decir cosas buenas, pero también sabes criticar.
Platicar contigo es una delicia.
Escuchar las cosas que te gustan, escuchar cómo te apasionas, cómo descubres, aprendes. Me llena...
En este punto tengo la certeza de que sentimos lo mismo.
Yo sé que sí.
Apostaría que tú también me recuerdas seguido.
Apostaría que tú también tienes unas ganas endemoniadas de platicar conmigo.
Te extraño, Caín.
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