Rebecca.
Las niñas siempre besan dulce, descubrí. Rebecca
a me sonrió después de nuestro beso, y a continuación soltó una carcajada. Hice lo mismo.
—No le cuentes a René, porfavor
—No le contaré —contesté— me cortará los labios si se entera, y el resto de su ira la descargará en ti.
Duré semanas pensando en el beso con Rebecca; semanas sin sacar de mi mente esos labios dulces, más suaves de los que alguna vez había tocado. Nunca había sentido esa fragilidad en un beso tan tibio. Quería más.
Un mes más tarde volví a casa de Rebecca. Nos quedamos a solas.
Mirabamos el televisor, buscando algún programa que, como comunmente sucedía, nos hiciera reir hasta que el abdomen doliera. Nada.
—¿Quieres hacer galletas, Marian?
—sugirió Rebecca.
Acepté y nos dirigimos a una enorme cocina, aunque acogedora. Paredes pintadas color mostaza donde los azulejos color mandarina no llegaban; una enorme mesa en el centro cubierta de los mismos azulejos que las paredes, flanqueada por cajones y repisas de madera. Un enorme horno de panadero se ubicaba en la esquina izquierda, y en la asquina contraria una enorme lavavajillas.
—Mamá hace pasteles, pastelillos y casi cualquier postre que le pidan ¿sabías?
—dijo mientras sacaba un enorme canister rojo que anunciaba 'harina' en letras doradas.
—No tenía idea, pero se nota viendo esta cocina.
Rebecca y yo nos dedicamos a mezclar combinaciones un tanto extrañas pues las recetas convencionales de galletas no le convencian. Después de haber puesto las galletas a hornear, habían quedado bowls con masa inservible que nadie prepararía, ni mucho menos comerían.
Se me ocurrió que entonces sería buena idea embadurnarle la cara con masa de chocolate
Me gruñó cual gato y después hizo lo mismo. Entre carcajadas no parabamos de llenarnos el cuerpo y la ropa de masa con chocolate que nunca volvería a salir de nuestras prendas.
Entre juegos, y por intentar perseguirle, Rebecca se resbaló y cayó duramente sobre el piso.
Enseguida corría ayudarla.
—¿Te duele mucho?
—pregunté
—Nah, no tanto...
—intentó levantarse y después desistió.
La cargué entre mis brazos y la llevé hasta una banco de la cocina. Era pequeña y delgada.
Miré su rostro y su cabello de espantapájaros embadurnado de masa. Tomé una servilleta y empecé a limpiarlo. De alguna u otra manera tenerla tan cerca hacía que sintiera la presión de mi sangre corriendo más rápido. Rebecca ni siquiera se movió.
Le planté un beso en una mejilla.
—¿Mejor?
—Sí
—contestó seriamente— iré a cambiarme arriba.
La acompañé hasta su habitación. Se sacó la blusa y los jeans.
—No creo que sirvan más...
—los hecho a una esquina
Miré su delgada figura pasearse frente a mí buscando algo cómodo qué ponerse. Miré la piel morena pálida de su espalda y cintura; sus esbeltas piernas caminado de un lado al otro de la habitación. Disfrutaba el espectáculo sin querer.
Rebecca tomó un camisón blanco transparente y se enfundó en él.
—Supongo que no hay problema...
—No lo hay
Podia leer sus pequeños senos dentro de un brassier color negro y sus panties blancos.
Me dirigí a su baño privado a lavarme la cara y quitarme la masa. Cuando regresé Rebbeca me miró y se acercó.
—Te quedó un poco aquí
—dijo señalando cerca de la comisura de mis labios. Después me besó. Sujeté fuertemente su delicada cintura, y en un momento ella hizo lo mismo. Separamos nuestros labios pero no nuestros brazos. Me miró, se reflejaba la sorpresa y miedo en su mirada aunque no se apartó. Rocé mis labios con los suyos sin besarla.
—Marian...
—Ni una palabra a René... — atajé
La besé de nuevo, pero esta vez con impetu. Recorrí con mis manos su cintura y la saqué el diáfano blusón. Ella hizó lo mismo con mi sucia ropa.
—Marian...
—Ni una palabra a René... — atajé
La besé de nuevo, pero esta vez con impetu. Recorrí con mis manos su cintura y la saqué el diáfano blusón. Ella hizó lo mismo con mi sucia ropa.
Me acosté sobre su cama y ella sobre mí. Ahí estabamos las dos, cuerpos tibios e iguales tocándose. Una aberración de la naturaleza según unos cuantos miles.
Recorrí las curvas de su espalda, las de su vientre, y las de sus labios. Sentí los huesos de sus pelvis clavandose sobre los mios. Besé su delicado cuello mientras ella aprovechaba para hacer lo mismo con mi piel que yo había hecho con la suya. Terminamos sacándonos todo y admirando algo que ya conociamos, tocando algo que nos sabíamos de memoria; pero desde una perspectiva alejada de la que solíamos a ver en el espejo.
Y continuamos haciendo esto, se nos quemarón las galletas, y René aún no se entera. Ingenuo.
Quisiera, Rebecca, que tú, Rebecca, fueras toda mía, Rebecca, todos los días, Rebecca, por que yo, Rebecca, me enamoré de ti, Rebecca, y tú pálida piel morena, Rebecca.
A mi me has cautivado con tu texto..
ResponderEliminar(No diré que es una aberración, porque no lo creo así.)
ResponderEliminarMe entretuve con el relato, me gustó.
No había leído algo lésbico en un tiempo.
Besos-
Pobre Rene
ResponderEliminarbuen relato, me impresionó mucho
ResponderEliminarx
http://pdpaty.blogspot.com.es
A mí también me gustó, ya lo creo. Pero hay algo que no entiendo... ¿Tu pálida piel morena? jajajaj
ResponderEliminar¡Besazos, Sarlight! Yo también guardaré el secreto y no se lo contaré a René.
M.
wow me ha encantando y pobre rene jaja, ami igual me gusta una chica, y que bueno que te valga verga así se debe hablar
ResponderEliminarTenes un blog muy bueno. Ojala no dejes de escribir!
ResponderEliminarMe ha encantado, y celebro esa "aberración". :-)
ResponderEliminaratlantis2050.blogspot.com
Vaya... me ha encantado, me has dejado sin palabras sin duda es una entrada preciosa, los que dicen que esa forma de amor es una aberración son verdaderamente imbeciles
ResponderEliminarUn ¡¡besazo!!